En un ejercicio inusualmente extenso de rendición de cuentas ante la prensa —más propio de un político que todavía cree en la política— Ricardo Monreal, presidente de la Junta de Coordinación Política, se plantó firme en el chacalódromo del Palacio Legislativo para apagar varios fuegos al mismo tiempo: Trump, Fobaproa, nepotismo, jornada laboral, elección judicial, y hasta las camionetotas de sus compañeros de bancada.
La figura del expresidente estadounidense Donald Trump volvió a irrumpir en la escena mexicana con una mezcla de zalamería y veneno. Lo mismo llamó “adorable” a la presidenta Claudia Sheinbaum que la acusó de estar “paralizada por el crimen organizado”. Monreal, en su ya clásico estilo entre catedrático y político de colmillo largo, respondió con sobriedad: “Sheinbaum actúa conforme a la Constitución, no por miedo, sino por respeto a la soberanía. Ya lo dijo nuestra Carta Magna: el problema no es dejarlos entrar, el problema es cómo los sacamos”.
La defensa de la presidenta no fue casual: el grupo parlamentario de Morena tiene clara su línea. “Colaboración sí, tropas no”, sentenció Monreal al rechazar cualquier intento de intervención extranjera en el combate al narco. Con referencias al fallido Plan Colombia, recordó que importar soldados suele salir más caro que los problemas que promete resolver.
Pero si el tema Trump provocó una respuesta institucional, otros temas sacaron el Monreal más combativo. Ante las preguntas sobre los gastos de campaña de los legisladores —folletos, giras, bardas, lonas y demás parafernalia electoral— Monreal aseguró que todo se paga “de la dieta” y que no hay ni un peso extra. Eso sí, cuando le preguntaron si esos gastos están auditados, dio una respuesta digna de notario de rancho: “Son sus recursos, pero todo debe transparentarse”. Ajá.
Sobre el Fobaproa, ese monumento al cinismo económico de los 90, Monreal recuperó la vieja bandera: “Es un expediente abierto. Se salvaron a los banqueros, no al pueblo”. No descartó una Comisión de la Verdad que ponga nombres y apellidos a quienes convirtieron deuda privada en pública. Entre líneas, una promesa que suena más a ajuste de cuentas que a justicia transicional.
En cuanto a la reforma laboral para reducir la jornada a 40 horas, Monreal se alineó con la presidenta: “Va, pero con diálogo”. Reconoció que el golpe más fuerte lo recibirán las PYMES, y por eso pidió no precipitarse. Eso sí, defendió el compromiso presidencial de aplicarla gradualmente antes del 2030. “Es congruente”, dijo, como quien subraya que todavía hay quien sí cumple lo que promete.
No esquivó tampoco los temas incómodos dentro de su propio partido. Al ser cuestionado sobre los lujos, el nepotismo y las campañas anticipadas, Monreal respaldó la carta de Sheinbaum como un acto de “prevención democrática”. En cuanto a los letreros de “la soberanía se defiende” que han aparecido en bardas por todo el país, dijo que le parecen genuinos y que no están organizados desde el partido. Un acto de fe.
Finalmente, sobre la elección de jueces por voto popular, Monreal admitió que es una elección compleja y sin precedentes. ¿Habrá abstencionismo? “No soy adivino, pero tengo fe”. El problema no es menor: ya hay más de 20 candidatos judiciales señalados por vínculos con el crimen o por no cumplir requisitos básicos. Para Monreal, el sistema sí revisó a los más de 10 mil aspirantes, pero si alguno se coló, “la ciudadanía no votará por ellos”. Vaya apuesta.
Ricardo Monreal se presentó como el bombero mayor del Congreso: apagó incendios con la Constitución en una mano y una sonrisa ensayada en la otra. Y mientras media clase política se preocupa por la elección, él parece jugar a largo plazo: con la mirada fija en la estabilidad de Sheinbaum, pero sin dejar de tensar la cuerda donde hace falta.