Sáb. Jun 14th, 2025

Por Bruno Cortés

CIUDAD DE MÉXICO.— El senador Gerardo Fernández Noroña, en su ya clásico estilo entre la indignación selectiva y el stand up político, ofreció una conferencia de prensa desde su oficina para defender —con pilas de libros en mano— su legado editorial en la Cámara de Diputados y, de paso, reiterar su apoyo absoluto a la elección popular del Poder Judicial. Pero en medio del entusiasmo democrático, su discurso dejó una resaca de contradicciones que valen la pena poner bajo la lupa, sobre todo cuando el propio legislador presume de transparencia y rigor ideológico.

Con tono de maestro de preparatoria que presume su biblioteca personal, Noroña dedicó media hora a enlistar los títulos promovidos desde el Consejo Editorial que presidió. En su defensa ante el reportaje de LatinUs sobre la compra de “libros comunistas”, intentó convencer que títulos como El elegido de los dioses o Los naufragios del corazón no tienen nada de bolcheviques. Hasta ahí, el episodio fue más anecdótico que político, salvo por el subtexto: posicionarse como intelectual de izquierda sin etiquetas obsoletas… salvo cuando le conviene.

Pero el punto central vino después: la defensa férrea del proceso de elección de jueces y magistrados por voto directo. Noroña se lanzó contra los medios, los opositores y hasta los ciudadanos escépticos, acusándolos de deslegitimar la jornada del 1 de junio. Según él, “esto no tiene marcha atrás” y México está por dar un paso que “ningún país ha dado”. Pero ese tono épico contrasta con las grietas del propio proceso que él encabeza.

Cuando se le cuestionó por qué Morena encabeza la lista de militantes registrados como observadores —algo que el propio reglamento prohibía para mantener la neutralidad del ejercicio—, Noroña aplicó el viejo truco: negar la mayor. “No me parece trampa, ni incorrecto”, dijo, insistiendo en que “un militante de base” también es ciudadano. El problema es que la prohibición no distinguía entre dirigentes y bases, sino entre participación partidista y observación ciudadana. Y ahí la semántica de Noroña empieza a crujir: ¿cómo puede llamarse “ciudadano neutral” alguien activamente afiliado al partido que impulsa el proceso?

En el mismo tono, defendió que “cualquier persona puede observar” la elección, incluso sin acreditación, lo que de facto abriría la puerta a la vigilancia informal y politizada del proceso. Si la narrativa oficial era blindar la elección de injerencias partidistas, Noroña la desmantela con entusiasmo revolucionario y lógica de “todos caben en la democracia… excepto los que no nos apoyan”.

Otro punto espinoso fue su respuesta a la participación de aspirantes judiciales presuntamente vinculados con el crimen organizado. El senador minimizó el asunto: “no tiene relevancia”, afirmó, asegurando que el INE corregirá después si alguno resulta no idóneo. Más que garantizar confianza en el proceso, su argumento sonó a “ya veremos luego”, lo cual contradice su llamado a la ciudadanía para votar con responsabilidad y conciencia. Si el filtro falló, ¿por qué confiar en que el sistema se corregirá solo?

Respecto al diferendo entre la CNTE y la presidenta Claudia Sheinbaum, Noroña optó por un equilibrio imposible: respaldó a Sheinbaum mientras evitaba —con malabares verbales— criticar al magisterio. Reiteró que la exigencia del 100% de aumento salarial es justa pero inviable, y culpó al presupuesto limitado, como si gobernar no fuera precisamente decidir entre lo justo y lo posible. “No es falta de cariño”, dijo con ironía mal contenida, pero fue claro que ya no está para ganarse el aplauso fácil del activismo social. No al menos cuando hay que cuadrar las cuentas.

La joya final llegó cuando, con sorna involuntaria, Noroña predijo que la oposición dirá que ganó, pase lo que pase: “Si participa poca gente, dirán que su llamado al abstencionismo funcionó; si participa mucha, dirán que fue acarreo”. Pero ese mismo argumento también podría aplicarse al oficialismo: si sale bien, fue un acto de justicia histórica; si sale mal, fue sabotaje del PRIAN. El doble rasero, como siempre, se reparte parejo.

En resumen, Noroña hace gala de oratoria incendiaria y convicciones fluctuantes: donde ayer hablaba de reglas estrictas, hoy defiende interpretaciones flexibles; donde se exige participación libre, se tolera el activismo disfrazado de observación; donde se presume austeridad, se justifican gastos en “tabicones” editoriales. Y mientras tanto, la elección judicial avanza entre aplausos, dudas, y una retórica donde las palabras, como los libros, pueden tener muchos usos… incluso contradictorios.

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