¿Sabías que, sin notarlo, consumes más de 50,000 partículas de plástico al año? Esta alarmante cifra, estimada por la ONU, refleja una crisis ambiental silenciosa pero omnipresente: la contaminación por microplásticos. Este 5 de junio, Día Mundial del Medioambiente, la atención global se centra en este problema creciente que ya no solo afecta a la naturaleza, sino también a nuestros cuerpos.
Los microplásticos —fragmentos diminutos de plástico que provienen del desgaste de objetos más grandes o se generan intencionalmente para productos industriales y cosméticos— están en todas partes: desde las cumbres más remotas hasta las profundidades oceánicas, en el aire que respiras, el agua que bebes, los alimentos que consumes e incluso en la leche materna, la placenta y el cerebro humano.
Cada año se producen más de 400 millones de toneladas de plástico en el mundo, la mitad de ellas destinadas al uso único. La mayoría de estos productos se desechan rápidamente, muchas veces sin reciclaje, terminando en vertederos, cuerpos de agua y ecosistemas naturales. Tan solo el 9 % del plástico producido ha sido reciclado, mientras que el 79 % ha acabado en el medioambiente o en basureros a cielo abierto.
Los efectos del plástico no se detienen en la contaminación visual o en el daño a la fauna marina, aunque estos siguen siendo graves. Las redes de pesca abandonadas, las bolsas arrastradas por el viento y los residuos flotantes son una trampa mortal para muchas especies. Greenpeace advierte que el plástico puede flotar, hundirse o incluso quedar atrapado en el hielo ártico, alterando el equilibrio ecológico marino de múltiples formas.
Pero el impacto más inquietante es el que está ocurriendo dentro del cuerpo humano. Estudios recientes de la Universidad Nacional Autónoma de México y de la Universidad de Rhode Island sugieren que los microplásticos no solo entran en el sistema digestivo, sino que pueden llegar al torrente sanguíneo, al cerebro y otros órganos. Se sospecha que interfieren con el sistema inmunológico y afectan el desarrollo cerebral, especialmente en la infancia y juventud.
Los plásticos no son inocuos. Su composición incluye aditivos químicos tóxicos, algunos con propiedades cancerígenas. Y aunque aún se requieren más estudios para comprender del todo los efectos sobre la salud humana, la ciencia ya apunta hacia consecuencias preocupantes.
Además, la producción de plástico está profundamente ligada a la crisis climática. El 99 % del plástico se fabrica con derivados de combustibles fósiles, y tanto su producción como su transporte emiten grandes cantidades de gases de efecto invernadero. Esto convierte a la contaminación plástica en un problema doble: uno ambiental y otro climático.
A esta crisis se suma una dimensión social: la justicia plástica. The Nature Conservancy y el Earth Law Center han señalado que las comunidades más afectadas por la contaminación plástica suelen ser las más vulnerables. Aquellos que viven cerca de fábricas o vertederos están expuestos a mayores niveles de sustancias tóxicas, lo que plantea una desigualdad ambiental evidente. No solo sufren las consecuencias quienes consumen plásticos, sino también quienes no tienen control alguno sobre su producción o distribución.
Frente a este panorama, la ONU ha lanzado un llamado urgente a alcanzar un acuerdo global ambicioso, que abarque todo el ciclo de vida del plástico. António Guterres, secretario general del organismo, recalcó la necesidad de una transición hacia una economía circular que reduzca la dependencia del plástico, mejore su manejo y repare el daño causado a personas y ecosistemas.
Este Día Mundial del Medioambiente, más que una fecha simbólica, es una advertencia y una oportunidad. Transformar nuestra relación con el plástico no es solo un gesto ecológico: es una acción vital para proteger nuestra salud, nuestra biodiversidad y nuestra justicia social.