En las rancherías del sur de Jalisco, el día comienza antes de que el sol se eleve del todo. Con la niebla aún abrazando los campos, algunos se acercan al corral no solo para trabajar, sino también para participar de un ritual comunitario: beber un pajarete, una bebida tradicional que mezcla leche recién ordeñada, alcohol de caña y, si se desea, azúcar, chocolate o café. A medio camino entre el desayuno rural y el antídoto para la resaca, el pajarete es considerado por muchos como un reconfortante brebaje lleno de sabor, energía y convivencia.
El corazón de esta bebida es la leche bronca, es decir, leche cruda, ordeñada directamente de la vaca o chiva. La frescura es clave: no solo aporta temperatura y sabor, sino también la espuma característica que se forma en la superficie, y que muchos consideran esencial para que un pajarete sea verdaderamente bueno. Esta leche sin pasteurizar se sirve en una taza de barro —otro elemento tradicional— y sobre ella se añade el alcohol, típicamente aguardiente de caña. Para suavizar el sabor o darle un giro más dulce, algunos añaden chocolate en polvo, café soluble y azúcar. El resultado puede recordar a un capuchino rústico, un licor cremoso o un chocolate espeso con alma jalisciense.
Originalmente, esta bebida nació como un “levantamuertos” para los trabajadores del campo. Se le atribuye la capacidad de dar energía antes de la jornada y, según algunos, también de curar la cruda después de una noche de fiesta. Aunque no existe evidencia científica que respalde esas supuestas propiedades medicinales, quienes la consumen con frecuencia aseguran que tiene un efecto reconfortante y revitalizante. Más allá de sus cualidades físicas, beber un pajarete es una experiencia social: reúne a vecinos, familiares y amigos al amanecer, entre charlas, bromas y sorbos espumosos.
Sin embargo, el pajarete no está exento de controversia. Su preparación con leche bronca ha despertado la preocupación de profesionales de la salud. La leche cruda, al no pasar por un proceso de pasteurización, puede contener microorganismos peligrosos como salmonela, listeria o tuberculosis bovina. Las autoridades sanitarias advierten que el consumo frecuente de leche no pasteurizada puede ser un riesgo, especialmente para niños, adultos mayores o personas con sistemas inmunológicos comprometidos.
A pesar de ello, el pajarete se mantiene vivo como una costumbre profundamente arraigada en el paisaje rural de Jalisco y también en regiones cercanas como Colima, Michoacán, Nayarit y algunas zonas del Estado de México. Su consumo está ligado a una manera de vivir y convivir que valora la tradición, la cercanía con la tierra y el compartir en comunidad. Para muchos, tomar un pajarete no es solo beber algo distinto; es participar de una herencia cultural que combina trabajo, historia, sabores y afectos.
El pajarete sigue dividiendo opiniones: para unos es un tesoro tradicional que no debe desaparecer; para otros, un riesgo innecesario para la salud. Pero lo cierto es que, más allá de sus polémicas, esta bebida continúa siendo parte esencial del amanecer rural jalisciense.