Después de seis meses de ausencia, Banksy ha vuelto a irrumpir en el espacio público con la contundencia visual y poética que lo caracteriza. El grafitero británico, cuya identidad sigue siendo uno de los secretos mejor guardados del arte contemporáneo, presentó su más reciente intervención urbana: la silueta de un faro, pintado en negro, emitiendo un haz de luz blanca acompañado por una frase tan melancólica como reveladora: “I want to be what you saw in me” («Quiero ser lo que tú viste en mí»).
Publicada en su cuenta oficial de Instagram, la obra se compone de dos imágenes. En la primera, el faro se erige en la acera, no como una estructura monumental, sino como una pintura integrada al mobiliario urbano. Una línea trazada en el suelo conecta la base del faro con un bolardo cercano, transformando este objeto común en parte fundamental de la composición: es ahora la fuente de la luz, o su reflejo. En la segunda imagen, una pareja pasea a sus perros frente a la obra, reforzando la dimensión íntima y cotidiana de la escena.
Como es habitual en su trabajo, la ubicación exacta de la obra no ha sido revelada, aunque la disposición del entorno sugiere que la elección del lugar fue tan intencionada como el mensaje. En redes sociales, miles de usuarios se han lanzado a interpretar el significado del nuevo mural. Algunos apuntan a una reflexión sobre la identidad y la percepción; otros, a una alusión nostálgica a las relaciones humanas y a lo que se proyecta en el otro.
Un comentario destacado en Instagram, del usuario @roj.ozdm, sintetiza una posible lectura de la obra: “En nuestra sociedad, marcada por las imágenes, a menudo confundimos nuestra identidad con nuestra apariencia. Banksy transforma un simple bolardo en un faro para demostrar que incluso las cosas más ordinarias pueden brillar si las vemos de forma diferente”.
La elección del faro, símbolo tradicional de guía y esperanza en medio de la oscuridad, se carga aquí de ambigüedad emocional. ¿Es un faro que alumbra o un objeto que alguna vez fue visto como tal? La frase que lo acompaña sugiere un anhelo de redención o de volver a ser digno de la mirada amorosa del otro. En una época marcada por la ansiedad identitaria y la desconexión emocional, Banksy vuelve a tocar una fibra colectiva con una imagen sencilla pero cargada de resonancia simbólica.
Su última obra antes de esta fue publicada en diciembre, una pieza con fuerte carga política: una reinterpretación provocadora de la Virgen María y el Niño Jesús, atravesada por una referencia explícita a la violencia —una bala y un reguero de sangre— que muchos interpretaron como una crítica directa a la guerra en Gaza. En contraste, la nueva pieza es más introspectiva, aunque no por ello menos crítica. Aborda una forma de sufrimiento menos visible: el de no poder cumplir con las expectativas que otros depositan en nosotros, o con la imagen idealizada que alguna vez proyectamos.
Durante el verano pasado, Banksy también sorprendió con su serie Zoo de Londres, en la que durante nueve días consecutivos presentó obras protagonizadas por animales en distintos rincones de la capital británica. Esa etapa, más juguetona y sarcástica, contrastaba con su actual obra, que parece marcar un regreso al tono melancólico y existencial que también define parte de su legado.
Con esta nueva pieza, Banksy demuestra que sigue siendo un narrador agudo de nuestras emociones colectivas. Lejos de limitarse a lo decorativo, su arte continúa siendo una herramienta de reflexión y crítica, capaz de convertir lo cotidiano en símbolo y lo invisible en urgente.