La Jabalinada por Bruno Cortés
Cuando el presidente regula la antena y la red, la democracia tiembla. Y si a eso le sumamos que más de 40 periodistas fueron asesinados en el sexenio pasado, el resultado no es una república, sino una jaula con WiFi. Bienvenidos a México 2025: donde se firma la paz con el micrófono apagado.
Durante seis años, el presidente Andrés Manuel López Obrador disparó palabras como proyectiles contra la prensa crítica. «Prensa fifi», «pasquines inmundos» y otras lindezas salían de Palacio Nacional con la misma frecuencia que los comunicados de prensa. Mientras tanto, en la vida real, 43 periodistas fueron asesinados. No por malos redactores, sino por hacer preguntas incómodas.
Ahora, en el flamante gobierno de Claudia Sheinbaum, la estrategia cambió de tono, pero no de fondo: menos insulto directo, más institucionalidad de café descafeinado. La presidenta promete respeto, pero ya llevamos dos periodistas asesinados en sus primeros seis meses.
Eso en un país que, sin guerra declarada, es líder mundial en homicidios de periodistas.
Y como si eso fuera poco, el Congreso acaba de dar un paso más hacia el precipicio: aprobaron la nueva Ley de Telecomunicaciones y Radiodifusión. Esa que elimina al IFT, el último árbitro independiente del espectro radioeléctrico. En su lugar nace la Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones, que depende directamente del Ejecutivo. Es decir, el gobierno ahora decide quién transmite, cómo transmite y cuándo le cortan la señal. Literal.
Además:
- Puede cancelar concesiones de radio o TV si lo considera oportuno.
- Determina qué empresas son «preponderantes» en el mercado.
- No está obligada a consultar a nadie: ni audiencias, ni periodistas, ni expertos.
Esto no es modernización. Es regresión. Época de gobernación televisada donde el presidente decidía cuánto volumen merecía cada opositor. Hoy el riesgo es el mismo, pero con fibra óptica.
Y mientras tanto, los organismos autónomos que podían ponerle freno a esta ola autoritaria están siendo desmantelados como castillo de naipes en domingo. El INAI, la Cofece, el INE… todos están en la mira o ya en el cadáver.
Claudia Sheinbaum heredó una maquinaria de poder concentrado. Y la está engrasando. Quizá no grite como su antecesor, pero tampoco ha roto con su legado. La narrativa de continuidad es tan firme que uno se pregunta si gobernamos con mujeres o con hologramas.
¿Y la libertad de expresión? Bien, gracias. Allí sigue, colgando de una torre de transmisión a punto de ser desconectada. Los periodistas, mientras tanto, hacen malabares entre el crimen organizado, la autocensura, y ahora la nueva burocracia que decide si su voz merece espectro o silencio.
Esto no es una república digital. Es una república en modo avión. Sin contrapesos, sin autonomía, sin garantías.
Porque cuando el poder controla los cables, las frecuencias y los permisos, la libertad de expresión deja de ser un derecho y se convierte en un permiso renovable. Y los periodistas, en lugar de watchdogs, son perros mudos con correa institucional.
Y aún nos preguntamos por qué nadie quiere decir la verdad.