Mié. May 14th, 2025

Por Bruno Cortés

El muerto que cobra renta

En un país donde todo parece olvidarse con el sexenio, hay un fantasma que sigue cobrando factura con puntualidad suiza: el FOBAPROA. Ese rescate bancario que se vendió como medicina amarga para salvar a México en 1995, hoy es una especie de zombi financiero: ya no amenaza con comerse al sistema bancario, pero sigue devorando presupuestos públicos como si fuera el último tequila en la barra del desastre.

El gobierno mexicano sigue pagando religiosamente los intereses de una deuda que, según datos oficiales, ha costado más de 2 billones de pesos hasta 2025. Y lo peor: aún se deben otros tantos. La deuda se transformó en bonos IPAB, y esos papelitos los tienen en su mayoría las Afores, los bancos y unos cuantos fondos de inversión internacionales. ¿Ironía? Mucha. El pueblo rescató a los banqueros, y ahora ellos nos «agradecen» pagando intereses con nuestro propio dinero.


El contrato con el diablo (firmado en 1998)

El Congreso, en su sabiduría financiera, decidió en 1998 que las deudas privadas de los bancos debían convertirse en deuda pública. Y así, bajo el dulce eufemismo del Instituto para la Protección al Ahorro Bancario (IPAB), el FOBAPROA resucitó como una institución legal, constitucional… y eterna. La Ley de Protección al Ahorro Bancario garantiza que si el IPAB no puede pagar, la Secretaría de Hacienda entra al quite con nuestros impuestos.

Y como buen Frankenstein legislativo, nadie quiere matarlo porque todos viven de él. Las Afores tienen bonos IPAB que les rinden intereses. Los bancos los usan como activos seguros. Y los inversionistas extranjeros aplauden desde Wall Street mientras nosotros seguimos pagando el rescate de una crisis que ya está en los libros de historia.

 


¿Y si lo dejamos de pagar?

Legalmente, podría hacerse. Pero en la práctica, hacerlo sería como gritar «fuego» en medio del mercado financiero. Si México decide no pagar los bonos IPAB, se activa el infierno: cae la calificación crediticia, se encarece la deuda nacional, las Afores pierden valor y la oposición tiene pretexto para hacer circo, maroma y conferencia de prensa.

No es que el sistema financiero vaya a colapsar, como en 1995. Lo que colapsa es la credibilidad del Estado. Hoy, el FOBAPROA ya no es un dique contra el desastre: es una hipoteca heredada, con intereses compuestos de impunidad y cinismo.


Los beneficiarios del desastre

Veamos los nombres sin nombres:

  • Las Afores, que usan nuestros ahorros para comprar deuda del Estado.
  • Los bancos, que antes fueron rescatados y hoy cobran intereses por esos mismos bonos.
  • Los fondos internacionales, que encontraron en el FOBAPROA un negocio redondo con riesgo cero.

Y mientras tanto, las escuelas sin techos, los hospitales sin medicinas y los campesinos sin agua esperan que algún día el gobierno decida que es más importante pagarle al pueblo que a los tenedores de bonos.


Conclusión: el FOBAPROA no se paga, se padece

En 1995 se rescató a los bancos para evitar un colapso. Hoy, en 2025, seguimos rescatando las consecuencias de esa decisión, pero ya no por necesidad económica sino por miedo financiero y comodidad política. ¿Opciones? Claro: renegociar la deuda, auditar a fondo los pagos, usar los activos recuperados del IPAB para amortizar la carga, o simplemente tener el valor político de ponerle fin a la fiesta.

Pero mientras tanto, el FOBAPROA sigue ahí. No se ve, no se toca… pero se paga.

Y en este país, los muertos no descansan: facturan y a veces votan.

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